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“La amistad, el amor traen lucidez, nos ayudan a ver donde la soledad tejió su bruma más espesa; nos colectivizan, nos abren a los encuentros. El pensamiento de lo colectivo nos vincula a la naturaleza, a la vida. Para ello, es preciso despojarnos de tanto humanismo, de tantas ganas de ser “hombre”, “mujer” para devenir seres en relación, menos arrogantes, para ser mejores, para poder ganar las potencias alegres del encuentro, de la resistencia, de la creación”. (Lee Teles, 2009: 110)
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Atlas: género, concepto y principios
El Pueblo que falta
Ciudad sensible
Cartografía
Es muy habitual reducir la comprensión de la ciudad y de las calles a los estudios urbanos ya que éstos tienen gran trayectoria, desarrollo y relevancia académica y científica. Si bien se establece un necesario diálogo con el urbanismo, sobre todo con lo que hemos conceptualizado como “urbanismo desde abajo” (Grebert, Correa, Gómez, 2017), no es propósito de esta práctica abordar la ciudad desde esa lectura. La ciudad se aborda en este caso desde una perspectiva sensible. Lo sensible no remite a la emoción, ni al sentimiento, entendemos por sensible la ciudad que se abre a ser experimentada, tocada, pensada, oída y vista desde una perspectiva que apunta a practicar una percepción y un saber artístico científico-filosófico del mundo para poder crear nuevas preguntas emergentes y nuevos problemas situados en modos de producción de conocimiento y de aprendizajes que se saben siendo parte del entramado de la vida y de su dimensión creativa.

En este caso cartografiar y reconfigurar lo sensible refiere a leer, conocer, intervenir y experimentar en el medio del trabajo que realizan las materias y las velocidades que conforman las distintas capas territoriales de la ciudad en su dimensión político-afectiva.

Precisamente se trata de intervenir e investigar en estas dimensiones comprendiendo la ciudad como campo abierto y relacional a ser experimentado. Así, se apuesta a la desinstitucionalización de las pŕacticas afectivas, científicas y ciudadanas montando un dispositivo abierto y sensible a la experimentación de las discontinuidades de la historia y de lo intempestivo del tiempo. Hay dos ejes conceptuales que se traducen en deslizamientos metodológicos de esta práctica y que transversalizan toda la propuesta de diversas maneras:
- La des-jerarquización del humano como centro de referencia de toda experiencia y territorio. En este sentido es que nos referimos a diversos componentes y materialidades que configuran un territorio.
- El descentramiento del lenguaje como expresión jerarquizada de toda experiencia de la realidad. En esta línea es que se prioriza las imágenes-pensamiento, las líneas y los mínimos gestos.

La línea problemática que se intensificará será la siguiente:
- La configuración de las relaciones político-afectivas de convivencia entre los diversos componentes de la ciudad, incluyendo el modo humano (lo que habitualmente se nombra y piensa como ser humano) como un modo más en el territorio a ser explorado. Para trabajarla pondremos énfasis en tres preguntas problemáticas disparadoras:

¿Cómo vivimos y quiénes somos los pobladores de la ciudad?
¿Qué posibilidades de experimentación coexisten en la ciudad?
¿Cómo se presentan y cómo es posible transformar las condiciones de posibilidad para la intensificación de la imaginación y del ejercicio de pensamiento colectivo y creador de nuevas imágenes del mundo?
¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?
Nietzsche.
AtlaSensible para un pueblo que falta
El budín esponjoso
Hebe Uhart

Yo quería hacer un budín esponjoso. No quería hacer galletitas porque les falta la tercera dimensión. Uno come galletitas y parece que le faltara alguna cosa; por eso se comen sin parar. Las galletitas parecen hechas con pan rallado o reconstituido. Los únicos que saben comer galletitas como corresponde son los perros: las cazan en el aire, las destrozan con un ruido fuerte y ya las tragaron en un suspiro, levantando un poco la cabeza.

Tampoco quería hacer un flan, porque el flan es un proto-alimento y se parece a las aguas vivas. Ni un bizcochuelo borracho, que es una torta ladina. Es una masa a la que se le pone vino; uno va confiado, esperando sabor a torta y resulta que tiene otro; un gusto fuerte y rancio.

El bizcochuelo esponjoso que yo quería hacer era como una torta que comí una vez, que venía hermosamente envasada en una cajita: se llamaba torta Paradiso. En la caja había una figura de una mujer, con un vestido largo: no recuerdo bien si era una mujer y un hombre o una mujer solamente; pero si era una mujer solamente, estaba esperando a un hombre.

La torta Paradiso era tan esponjosa como nunca volví a comer nada igual; no es que se deshiciera en la boca; apenas se masticaba suavemente y uno sentía que todos los procesos de masticación, deglución, etc., eran perfectos. Además no era como las galletitas, que son para comer cuando uno está aburrido; era para pensar en la torta Paradiso alguna tarde y comerla, alguna tarde de lindos pensamientos. Cuando vi la receta "Budín esponjoso", dije: Con esto, voy a hacer una cosa semejante. Le pedí a mi mamá que me dejara usar la cocina económica para hacerla.

—Ni en sueños —me dijo.

La cocina económica nunca se encendía; era un artefacto negro y grande que tenía una tapa también negra. Nunca supe cómo era por dentro ni cómo funcionaba. No se usaba porque parece que era fastidiosa. Estaba todos los días en la cocina como un fastidio desconocido. Era como el horno para hacer pan; en el fondo había un horno para hacer pan pero yo no vi nunca hacer pan allí ni asar nada. Este era considerado otro fastidio, pero al aire libre. Pero para mí eran diferentes; de la existencia de la cocina económica yo rara vez me acordaba porque era como un mueble. Del horno sí, porque cada vez que me iba a jugar, iba a saltar desde la base del horno (previa mirada adentro, a lo oscuro, ya que estaba, lleno de ceniza vieja, de mucho tiempo atrás) hasta el suelo. Parecía un palomar el horno y si alguna vez habían hecho pan ahí, nadie recordaba y parecía que no quisieran recordar, como si ese horno trajera malos o despreciativos recuerdos. En la cocina económica no era posible que yo hiciera budín esponjoso, en la cocina común, tampoco. Entonces pregunté:

—Puedo hacerla en el galpón?

—Sí —me dijo mi mamá.

Podía hacerlo en el galpón con un calentador.

En la cocina no, porque los chicos enchastran la cocina. En el galpón mi mamá iba a prender un calentador (es peligroso, los chicos no deben manejarlo).

Hice el budín en una cacerolita que por su tamaño ni era apta para hacer sopa ni nada. Yo no conocía a esa cacerolita verde, sería de algún juego anterior cuando yo no había nacido.

Si el calentador era tan peligroso, como decían, yo no sé cómo mi mamá se arriesgaba a darle fuelle con ese inflador. A cada bombeada mi mamá se arriesgaba a ser quemada por un estallido; puede ser que la muerte no le importara.

Como ese budín tenía que dorarse arriba, sobre la cacerolita verde había unas brasas peligrosas. Para esta empresa yo quería que me ayudara mi amiga que vivía enfrente. Desde el día anterior le dije que tenía permiso para hacer el budín esponjoso y quedó en venir. Vino con cara de haber venido por no tener otra cosa mejor que hacer y participó en calidad de observadora reticente. Ella tampoco tenía miedo de la muerte por estallido de calentador y cuando se bajaban las llamas, bombeaba dándose el lujo de dar una última bombeada fuerte, como diciendo "Lista esta merda". Pero yo advertí que no bombeaba como contribución al budín, sino por el ejercicio en sí, por hacer algo, porque ella estaba acostumbrada a manejar ese artefacto y le resultaba una cretinada que se apagara, por el hecho en sí.

Ya la cacerolita estaba al fuego con el budín esponjoso adentro; pero yo quería ver si ya estaba cocinado; mejor dicho, quería ver cómo se iba cocinando. Igual que un japonés que tenía un vivero y se levantaba de noche para ver cómo crecían las plantas.

Pero no podía levantar esa tapa que estaba llena de brasas; le pregunté a mi amiga y se encogió de hombros.

—Ah, ya sé —Pensé— Con un palo largo.

Agarré un palo largo de escoba y traté de pasarlo por la manija de la tapa; mi amiga me ayudaba, con reticencias. Cuando intentábamos abrirla, vino mi mamá y mi amiga puso cara y aspecto general (lo que además era cierto) de que no tenía nada que ver con esa idea luminosa del palo. Mi mamá supo enseguida que esa idea era mía.

—¡Qué manía! —Dijo— De mirar las cosas crudas, antes de que se hagan! A eso le falta mucho.

Cuando ella se fue, pude levantar la tapa con un palo más fino y pude espiar apenas un momento el pastel. Tuve una idea vaga, pero todavía parecía un panqueque, no tenía la tercera dimensión.

—A lo mejor todavía sube —me dijo mi amiga y me propuso hacer otra cosa mientras. Pero yo no me iba a mover hasta ver qué pasaba.

Al rato lo abrí, ya definitivamente, porque no se podían sacar y poner las brasas a cada momento: el pastel se había puesto de color marrón subido, se había replegado en si mismo en todas direcciones: a lo largo y a lo ancho. Quedó como una factura marrón, de esas que llaman vigilantes.

Mi mamá dijo:

—Es lógico, yo ya suponía.

Yo pensé que para los grandes la confección de soretes era una cosa lógica e inevitable.

Pero yo no lo comí ni nadie lo comió. Usted tampoco hubiera podido comer eso.

Hebe Uhart
El País Cultural Nº 51
5 de octubre de 1990
Lo cotidiano también es político
(Entrá a conocerlos aquí)
"el pensamiento en su despliegue poetiza, crea realidad. Intensifica la relación con uno mismo, con los demás y con el mundo". (Lee Teles, 2009)
“Desobedecer el trazado supone reinventar nuevos trazos, ya sea sobreinscribiendo la superficie previamente dibujada o produciendo nuevas figuras sin desconocer el carácter rizomático del urbanismo. Por su parte, la ciudad sensible se hace de acciones que se inscriben en los ensamblajes que conforman lo urbano. En su hacer, se compone de múltiples planos y fuerza un desplazamiento creativo y a la vez crítico de los diseños ya trazados, que destierra, rasga y fisura un modo habitual y dogmático de percibir y de vivir la relación con el territorio." (Correa et al, 2018)
Intercambio con compañerxs de otros años